Director de videoclips, actor, productor, editor, guionista y realizador de cine, Spike Jonze es una especie de hombre orquesta, aunque su música es muy poco normal. A fin de cuentas, su primera película como realizador, con guion de Charlie Kaufman, fue Cómo ser John Malkovich, uno de los films más extravagantes jamás rodados, pero también una muy imaginativa comedia. Su siguiente película, Adaptation (también con Kaufman), supuso un experimento interesante, aunque tuvo menos repercusión, y la tercera, Donde viven los monstruos, basada en un cuento infantil, gozó de buena acogida crítica. Pero nada de eso nos preparaba para algo tan especial como Her.


En un futuro cercano, tanto que casi es presente, Theodore (Joaquin Phoenix) está a punto de divorciarse. Un día decide comprar un nuevo sistema operativo para su ordenador, un programa que en realidad es una inteligencia artificial a la que llamará Samantha (la voz de  Scarlett Johansson). Poco a poco, Theodore y Samantha se enamorarán.
    Parece una idea ridícula, ¿verdad? Enamorarse de un sistema operativo, qué locura. Y sin embargo, Jonze tiene la gran habilidad, como guionista y como realizador, de convertir esa historia aparentemente absurda en una conmovedora historia de amor. Dicen que para que una película romántica sea eficaz, el espectador debe enamorarse de los protagonistas; pues bien, es imposible no enamorarse del tierno y frágil Theodore, un solitario romántico que no encaja en un mundo cada vez más deshumanizado. Y, sorprendentemente, también es imposible no enamorarse de Samantha, pese a que sólo sea una voz. Aunque, claro, para eso ayuda mucho la sensual y aterciopelada voz de Scarlett Johansson.
    Her es una metáfora sobre la soledad, sobre el amor y el desamor, sobre la traición y la imposibilidad de ser feliz. Y también es una fábula acerca de una sociedad fría y alienadora donde los seres humanos se maquinizan al tiempo que las máquinas se humanizan. ¿Eso es lo que nos depara el futuro? No: eso es el presente. En el film, todo el mundo camina por la calle absorto en sus dispositivos móviles, ignorándose los unos a los otros. Exactamente lo mismo que sucede hoy con los smart phones. No es el mañana; es el ahora.
    Por lo demás, el film está prodigiosamente interpretado por Joaquin Phoenix, que carga sobre sus hombros con todo el peso del relato; ayudado, eso sí, por el excelente trabajo de Scarlett Johansson, que  consigue resultar fascinante y seductora sin necesidad de mostrar su cuerpo. El guion (ganador de un Oscar), la música de Arcade Fire, la fotografía, la realización, todo funciona maravillosamente. El único pero que puede ponérsele a Her es su excesiva duración. No eran necesarios 126 minutos de metraje para contar esa historia, y con media hora menos el resultado final habría sido mucho más redondo. Aun así, se trata de una excelente y muy recomendable película.
    La pregunta es: ¿llegará a existir una Inteligencia Artificial indistinguible de la de un humano? Sí, sin lugar a dudas. Entonces, ¿será posible el amor entre un sistema operativo y un humano? Por supuesto; de hecho, gran número de personas se enamoran en internet de una imagen, de una fotografía digital tras la que puede esconderse cualquiera. Todos conocemos a gente  que cree o creyó encontrar al amor de su vida en una relación puramente virtual.   
Esto me hace pensar si no serán las marcas las que en un futuro diseñen avatares en forma de sistemas operativos como el de la película, o de aplicaciones, o de cualquier otro gadget tecnológico por inventar, con el objetivo de enamorar a sus consumidores.
Las marcas, para vender, empezaron por crear necesidades, de ahí pasaron a buscar diferenciación para generar preferencia, y hoy lo que nos piden a los publicitarios es conexión con sus consumidores. ¿Y no es el amor la más valiosa conexión a la que se puede aspirar? Seguro que nuestros colegas se enfrentarán a este tipo de retos en el futuro, de hecho, las marcas ya nos piden hoy conexiones emocionales. El problema es cuántas marcas serán capaces de enamorar y de mantener viva la pasión.
    Porque el amor verdadero, a una persona o a un logotipo, no sólo se alimenta de bonitas palabras, sino también de hechos, y sobre todo, de auténticas y genuinas experiencias.
¿Cuántas marcas podrían conseguirlo hoy si se lo propusieran?