Habitualmente, palabras como “tópico” o “estereotipo” tienen un significado despectivo, sobre todo cuando se emplean en un contexto artístico. Sin embargo, con frecuencia el arte hace uso del cliché, sea para subvertirlo o para mostrarlo desde otro punto de vista. A fin de cuentas, el Otelo de Shakespeare es un estereotipo, igual que la Irlanda de John Ford en El hombre tranquilo, por no mencionar esa sublime exaltación de tópicos que es Casablanca. El problema no son los clichés, sino el modo en que se usan. La opción elegida por Martinez-Lázaro para su última película ha sido  reírse de ellos.


Ocho apellidos vascos cuenta la historia de Rafa, un joven andaluz que, tras enamorarse de una chica vasca durante una fiesta en Sevilla, la sigue hasta su pueblo, un municipio abertzale del País Vasco. El problema es que para conseguir la aprobación del padre de la chica, Rafa tendrá que hacerse pasar por vasco de pura cepa, con genuino RH negativo y “ocho apellidos vascos”.
    Pese a ser Martínez-Lázaro su director, el film le debe mucho más a uno de sus guionistas, Borja Cobeaga, que dirigió la famosa serie de la ETB  Vaya semanita y la divertida Pagafantas. De hecho, el humor de Ocho apellidos vascos es el mismo que el de la serie: una sátira sobre los estereotipos regionales.
    Y de eso va el film: un simpático andaluz enamorado de una vasca borde, los tópicos del norte enfrentados a los del sur (en la línea de la francesa Bienvenidos al norte). Y es en ese terreno, como sucesión de chistes y gags, donde la película brilla a más altura, arrancando carcajadas de un público que es cómplice de las claves del relato (porque sólo conociendo los tópicos es posible reírse de ellos). Sin embargo, Martínez-Lázaro no logra amalgamar la retahíla de gags para redondear el film y convertirlo en la comedía romántica de enredos que debería ser. La historia de amor no solo es previsible, sino que además se va diluyendo hasta desvanecerse. En realidad, sólo es un pretexto.
    Por lo demás, la dirección es meramente funcional, descansando todo el peso del relato en el guion y la labor de los actores. Entre ellos, destaca un Karra Elejalde genial dando vida a un marinero vasco, un arrantzale de armas tomar, y la pareja protagonista, Clara Lago y Dani Rovira, que bordan sus papeles con vis cómica y convicción. Más allá de sus defectos, Ocho apellidos vascos es un film muy divertido, específicamente diseñado para la mentalidad española y que ya es la película en castellano más taquillera de la historia.
    En publicidad es habitual usar tópicos para que los mensajes lleguen rápida y nítidamente; debemos usar situaciones y personajes que puedan entenderse a un primer vistazo, sin necesidad de reflexionar. La mayor parte de esos clichés son inofensivos, pero no todos. Por desgracia, hay estereotipos femeninos publicitarios que todavía siguen adoleciendo de exceso de  testosterona y replican modelos del pasado: la mujer objeto y el ama de casa entregada. Produce sonrojo, cuando no indignación, que a estas alturas siga habiendo campañas de diferentes sectores –desde limpiadores a fragancias, pasando por neumáticos-, que continúen ofreciendo una imagen tópica, ofensiva y caduca de la mujer.
    Son marcas que no saben conectar con la feminidad del siglo XXI; algo absurdo, ya que además de ser la mitad de la población, las mujeres toman el 80 % de las decisiones de compra en hogares con hijos, con un montante estimado en 11.000 millones de euros anuales*.
    Algunos anunciantes y publicitarios deberían tener esto muy en cuenta. Los clichés dan mucho juego y son muy prácticos, pero a la hora de hacer publicidad hay ciertos tópicos, degradantes y anticuados, con los que es mejor no jugar.

(*) Lo que ellas quieren. Claves para conectar con la mujer de hoy. Un estudio de Tapsa Y&R en colaboración con BMC.