Esta pregunta que nos hacemos continuamente antes de salir a la calle se ha referido, tradicionalmente, a la ropa y sus complementos pero va camino de convertirse en algo mucho más amplio y mediático con la tecnología wearable, incorporable diría yo, si no supiera de antemano que españolizar los términos digitales es tarea inútil.
Lo wearable, si no me fallan los cálculos, corresponde a la sexta revolución digital y ya está en pleno crecimiento cuando la quinta, los teléfonos inteligentes (vuelvo a españolizar un término, perdonen) no han tocado techo ni por asomo.
Como un buen ejemplo de lo anterior podemos analizar someramente los datos de consumo de noticias, quizás el aspecto de menor desarrollo por la ineptitud de la mayoría de los gestores de medios clásicos que no encuentran el modelo adecuado: en la consulta de noticias hay todavía una mayoría de usuarios de los móviles inteligentes que atienden preferentemente a los titulares (más de un 55%) mientras los lectores de textos detallados bajan al entorno del 40%, los consumidores de audio al 20% y los de vídeo (el futuro sin duda) no llegan a ese 20%. Esto indica que en el acceso a la información el móvil tiene todavía un recorrido y que no es un producto maduro.
Sobre las aplicaciones huelgan los comentarios porque diariamente se producen verdaderas avalanchas. Y respecto a la publicidad no digamos. Se espera que en los próximos tres años la inversión mundial se triplique, lo que ya parece ser algo imparable. Pues bien en este estado de cosas, con el soporte móvil en pleno desarrollo y apogeo surgen con fuerza los wearables. Según un informe de Cisco que leo en 233 grados, los 109 millones de dispositivos bajo esta denominación se van a convertir en ¡¡578 millones en 2019!! Así pues vayan preparándose para la catarata de gafas, relojes, pulseras, zapatillas, sudaderas y demás artilugios que forman parte de nuestra imagen pero que, a diferencia de sus antepasados, irán conectadas a la red. Dispositivos que recibirán y transmitirán datos, que se relacionarán con otros dispositivos y que nos permitirán llevar incorporada la última tecnología.
Sin ir más lejos las gafas inteligentes, activadas por la voz, con una pantalla en la que aparecerán los datos de información que pidamos, desde el tiempo, el tráfico, rutas de acceso o traducción de información ciudadana en cualquier idioma. Y no solo eso: realidad virtual, correo electrónico, fotografía, vídeos en alta definición con todas las utilidades de la red, desde el almacenamiento al intercambio, envío, etc. de todo cuanto podamos ver en un momento determinado, si es que, con tanta imagen, no nos damos de bruces con una farola.
O sea que se pueden ustedes figurar el sudoku mental que se les viene encima a nuestros queridos editores de prensa, que tendrán que comenzar a pensarse cómo meterle mano a este nuevo tsunami.Yo creo, humildemente, que si se dan cuenta de que tienen un formato para analizar las noticias y opinar sobre ellas (también son dueños de otros formatos más ágiles para lo inmediato) pueden llegar a tener un excelente producto saneado y rentable.
“Se espera que en los próximos tres años la inversión mundial en aplicaciones se triplique, lo que ya parece ser algo imparable”
Y como final no me resisto a dejar constancia de la afirmación de César Alierta (presidente de Telefónica, ni más ni menos) que ha manifestado durante la junta de accionistas que prefiere tener un teléfono que sea una carraca a tener un smartphone y “perder la libertad” porque los gigantes de internet tendrán sus datos. Casi ná, que diría un castizo.