O del Camino de Santiago, que tanto monta. Pues sí, este verano, alejado del mundanal ruido y de la contaminación lumínica de Madrid que no me deja mirar las estrellas, me he dado un atracón de astros nocturnos, he visto las nereidas y demás cuerpos errantes y me ha dado tiempo a pensar sobre lo que leía diariamente tanto en El Periódico de la Publicidad, como en otras fuentes, escritas o digitales, que he ido desgranado con calma.


Me he fijado, por ejemplo, en un estudio llevado a cabo por la Universidad Internacional de Valencia (VIU) en el que se afirma que, por término medio, los españoles ocupamos dos horas de nuestro tiempo al día en el uso de redes sociales: esto nos sitúa en el liderazgo respecto a su tasa de penetración, que es de un 47%, frente al 29% del resto de los mortales. Pero esto no es todo porque, en ese mismo estudio, se revela que somos uno de los países con mayor actividad online y, a su vez, con menor posesión de conocimientos y habilidades mediáticas necesarias para ello, cifrando nuestro nivel de competencia en el 23%.

De las 4,4 horas diarias de consumo de la red más de 2,7 horas se consumen desde los móviles y dentro de ese afán de conectividad se afirma que en el universo de internautas se consulta el móvil cada 5 minutos, dentro del tiempo libre, y entre los menores de 26 años cada dos minutos.

Esto lo puede confirmar un servidor en su ámbito familiar, profesional y amical ya que se ha negado a comer con familiares, colegas o amigos que no cierren su móvil antes de sentarse a la mesa, lo que en no muy largo plazo va a motivar mi absoluta soledad a la hora de comer.

Como ustedes comprenderán este comportamiento compulsivo conlleva, por una parte, la negación de todo lo que no sea actualidad pura y dura, despojada de todo lo que no sea imagen o un pequeño texto que la apoye y, por otro lado y como consecuencia, la desaparición de todo lo que le quite velocidad a la información como es la publicidad y la opinión del experto (el periodista) que es sustituida por la del patio de Monipodio en el que se aterrice (los 648 “amigos” del internauta etc, etc.).

El problema, pues, es mayúsculo tanto para los profesionales como para los anunciantes. Para los primeros porque en una de sus facetas más importantes están siendo sustituidos por una comunidad que según el estudio del que hablamos no está preparada mediáticamente y para los segundos porque, independientemente de los bloqueadores y otros medios técnicos para saltarse la comunicación comercial, esta, la publicidad, retrasa la velocidad de acceso y, pese a todos los esfuerzos, se sigue considerando intrusiva en la mayoría de los casos.

El afán de conectividad es tal que en el universo de internautas se consulta el móvil cada 5 minutos”

En estas circunstancias me parecen una temeridad, un desatino o una “boutade” las propuestas de sustituir a unos profesionales (los publicitarios) por otros (los periodistas) como gestores de la comunicación comercial, igual que me parecen una temeridad, un desatino o una “boutade” sustituir a los periodistas por unas comunidades de intereses, no siempre claros, en la gestión de la comunicación no comercial.

Hemos llegado a tal grado de banalización de la información que, el otro día, a un amigo del gremio, en el departamento de quejas de una operadora de telecomunicación, la funcionaria a la que se quejaba le comparó un móvil con una lavadora.

Prefiero la Vía Láctea, es una maravilla y está tan lejos…