Parece ser que la tarjeta virtual eSIM ya está operativa y que sus fabricantes presentarán los primeros prototipos en el inminente Congreso Mundial del Móvil que se celebrará en Barcelona antes de que ustedes puedan leer estas líneas. La tarjeta se instala en los terminales como un elemento del hardware y sirve para todos los operadores del mercado.
Aunque no se comenzarán a instalar hasta finales de 2017 en los móviles, ya funcionan en pruebas para los equipos M2M, que engloban todo tipo de controles a distancia, el 75% de cuyos responsables ya han firmado el protocolo de la nueva tarjeta virtual.
Para los usuarios particulares, todos nosotros, destacan dos posibilidades: el perfil de inter-operabilidad que permite, mediante perfiles de usuario la compatibilidad absoluta con independencia del fabricante del dispositivo y la posibilidad no sólo de cambiar en el acto de operadora, sino que podremos asociarnos a cualquier promoción de las operadoras con tarifa local aunque sean extranjeras. En resumen: estamos ante otro paso más para considerarnos cada día más y mejor comunicados.
Estamos en una dinámica exponencial en cuanto a hallazgos tecnológicos que nadie sabe hasta donde puede llegar y llevarnos pero, a la vez, en una revolución de usos y costumbres cuya víctima propiciatoria puede ser la palabra. Evidentemente al darnos los instrumentos, las pantallas, para la comunicación se nos da la posibilidad cierta de poder manifestarnos con libertad, lo que es un avance capital en la historia de la humanidad: nunca tantos han podido ejercer ese derecho inalienable. Pero es cierto igualmente que el concepto de Palabra, con mayúscula, puede quedar tocado para siempre si no se pone coto a determinadas actitudes.
Casi toda la palabra es opinión de una u otra forma y la palabra, tanto oral como escrita, está defendida por la titularidad de quien la expresa. En tanto que lo que manda de modo abrumador en la situación actual es el anonimato, en la mayoría de la comunicación que campea en las redes sociales esa palabra pierde la condición de identidad y se desvirtúa y se degrada con una aterradora frecuencia. Y no sólo vale todo, lo excelente, lo bueno, lo malo y lo peor, sino que, además, se expresa, en muchísimas ocasiones de un modo patético. Parece que no nos importa la palabra, que es lo que nos individualiza y nos distingue de los otros seres, que la vulgarizamos de tal manera que parece que nos queremos desprender de ella y sustituirla por otros sistemas de contacto.
Pero también hay que pensar que estamos en plena revolución y que el tiempo todo lo pone en su sitio, incluido el afán de tirar la piedra y esconder la mano. Después de la revolución llega, inmisericordemente, la regulación y aunque es mucho menos creativa y divertida, la experiencia nos enseña que sirve para consolidar unos avances que, dejados a su albedrío, pueden fagocitar, como las células cancerígenas, todo lo que se les ponga por delante y que de ese modo, regulados, servirán como base para los que puedan llegar después. Mientras tanto cuidemos no solo cómo manejamos formalmente la palabra sino su esencia. Que no sea únicamente un desahogo ante lo que no nos gusta, sino que lleve nuestra firma, aunque esto último pueda provocarnos unos problemas de los que nos ampara el anonimato.
Que disfruten.