Hay una cierta interpretación de lo que en este momento está pasando en nuestro pequeño mundo que me parece simplista, más propia del entusiasmo por lo nuevo (y hay cosas nuevas cada día, sobre todo hablando de tecnología de la comunicación) que de una reflexión objetiva de los hechos.
En esa interpretación se nos dice, por un lado, y eso es absolutamente cierto, que quienes dominan la distribución de la comunicación son las plataformas tecnológicas globales,a lo que se añade, no se por qué, que el resto del mundo, incluidos los consumidores de la comunicación somos meros espectadores de unas innovaciones que asumimos con entusiasmo o conformismo y que todo, desde los contenidos a la distribución pertenece a estos nuevos reyes Midas que, al no parar de innovar, no dejan espacio para quienes no sean ellos.
Por otro lado estos mismos hagiógrafos modernos (ahora que no hay santos conviene crearlos) nos deleitan proclamando tan públicamente como lo anterior que estamos en una era de total libertad de comunicación. ¿En qué quedamos?
Porque quizás ustedes piensen, como yo, que si hay un oligopolio “propietario” de la comunicación en sus diferentes estadios(desde los contenidos hasta la distribución) la pretendida “libertad de cátedra” es radicalmente ilusoria, o sea: pura irrealidad virtual.
Probablemente nada sea como yo pienso, pero a mi me sigue gustando suponer que los contenidos, que una vez divulgados pertenecen a quien los recibe, como siempre ha sido, tienen la responsabilidad de una firma, que los usuarios de la comunicación somos algo más que meros seguidores con la boca abierta y que podemos y tenemos la posibilidad de elegir qué, cómo y cuándo podemos consumirla y que, desde luego, la antes llamada publicidad, devenida ahora en comunicación comercial, no se distribuye maquinalmente (nunca mejor dicho) sino a través del talento de unos profesionales que, eso si, cada día disponen de mayores y mejores sustentos tecnológicos.
A fin de cuentas espero que no lleguemos a la aberración de una dependencia suicida de los dueños de la distribución (que por cierto se están esforzando mucho en comprar todo tipo de contenedores y contenidos) y que el maravilloso avance de la tecnología que estamos viviendo se dirija no a crear monopolios, es decir poder absoluto, sino a facilitar la comunicación, de verdad, entre todos.
En resumen: el conocimiento de los Papeles de Panamá se puede tener a través de los buscadores o las redes sociales, pero sólo como resultado de la investigación, tras la aparición de una fuente, de un grupo de profesionales que avalan con sus nombres la certeza de que la noticia es real. Una cosa son los comentarios anónimos de una serie de deslenguados, tan frecuentes en las redes y otra la verdadera información. Por cierto (y hablando de otra cosa) estas fechas constatamos que fuera de las plataformas globales también hay vida. Me refiero al intento de compra de RCS, la compañía cabecera de Il Corriere della Sera y de El Mundo entre otros importantes activos por parte de Cairo Communications para formar un conglomerado de soportes con el canal italiano La 7, la editorial Mondadori y las plataformas publicitarias de esa compañía. Ya veremos en que queda el asunto.
Que sean buenos.