Algo parece que se mueve en el mediocre panorama del cine español. Alberto Rodríguez vuelve a su Sevilla natal y a los ambientes marginales después de 7 vírgenes (suponemos que el 7 es su número de la suerte).


Ambientada en la pre-Expo92, Alberto refleja con maestría el día a día de un grupo policial, con métodos en el límite de lo legal, y bien pasado éste. Cuenta la película con un Mario Casas (Ángel en la ficción) que ya va dejando su papel de ídolo de adolescentes y firma una notable actuación como joven e ingenuo aspirante a inspector. Tutelado al principio de la historia por un soberbio Antonio de la Torre (Rafael en la película), un policía quemado para el que los resultados son mucho más importantes que los métodos para lograrlos, se irá transformando en la persona que no quería ser, con consecuencias en su vida personal. Aunque esta historia tenemos la sensación de haberla visto multitud de veces en la gran pantalla, el ritmo con el que está rodada, y la excelente actuación de sus protagonistas, merece sin duda la visita a la sala.

Es difícil desligar esta película del gran taquillazo del año pasado de Enrique Urbizu, No habrá paz para los malvados, también con un policía metido en problemas como protagonista, esta vez un José Coronado en el mejor papel de su carrera. Parece que nuestros directores han empezado a darse cuenta de que hay muchas historias interesantes que contar en el cine patrio, más allá de los cansinos y manidos relatos de la guerra civil y la postguerra.