Ya están aquí de nuevo. Sin duda ninguna, Vetusta Morla fueron el grupo revelación del pasado año con su enorme trabajo Un día en el mundo, acaparador de casi todos los premiosdel panorama musical español, junto a –más importante– el reconocimiento del público en todos sus términos. Además, fue un disco autoproducido, lo que viene a reflejar que el mundo de la industria está cambiando, por mucho que le pese a las grandes compañías discográficas.


Tras un éxito como el de ese disco tenía que pro ducirse inevitablemente un gran vértigo ante la responsabilidad de mantener el nivel de calidad que sin duda se les iba a exigir. Hay quienes vieron en ese éxito un paso a una compañía grande que seguro que han puesto frente a la banda algunas de sus tentaciones pecuniarias. No obstante, la banda madrileña ha convertido su regreso en una reafirmación de una filosofía creativa que, cada vez más, está revolucionando aquel anquilosado universo musical que ya empieza a verse como cosa del pasado. Autogestionado de nuevo, el segundo disco largo de Vetusta Morla viene a confirmar que estamos ante uno de los grupos que más intensidad emocional están consiguiendo insuflar en sus canciones en lo que llevamos de siglo (¿milenio?). Mapas parece buscar en los recovecos de la vida más real, en las pulsaciones y los latidos que transmiten las relaciones, en los logros y fracasos de los seres que habitan nuestra sociedad, tan sucia y brillante a la vez. Sonidos que suenan a analógico en una producción cuidada al detalle, empezando por la exquisita escritura de sus letras. Hay que dejarse llevar por textos como el de Maldita dulzura, lleno de sensaciones en un conjunto lleno de impresiones.