Paco Roncero presenta una nueva experiencia a su taller de las emociones, un acto gastro-sensorial diseñado en colaboración con el creativo renacentista Pep Torres en el que la música, la luz y el movimiento interactúan con los platos del chef para ofrecer al comensal un viaje introspectivo.


“Un lienzo en blanco para dibujar los sueños”. Así es como Paco Rocero define su taller de las emociones, un innovador espacio ubicado en un hasta ahora inaccesible rincón del Casino de Madrid y dotado con la tecnología más puntera en el diseño de ambientes e inteligencia ambiental, que cuenta con el patrocinio de Guía Repsol y la colaboración de NH Hoteles, Land Rover y HP. Sus avanzados sistemas para generar atmósferas cromáticas, controlar la temperatura y la humedad de la sala, aromatizar el ambiente y ofrecer sonidos específicos, son las herramientas para la creación de experiencias que trascienden lo gastronómico y que ofrecen un infinito abanico de posibles sensaciones.

El chef ha contado con la colaboración de un autor que se define a sí mismo como “creativo renacentista”. Pep Torres, fundador del Museo de los Inventos de Barcelona ha interpretado los diferentes platos que componen el menú de Roncero a través de una poética puesta en escena que conjuga imágenes, video-proyecciones y música de los más variados estilos, logrando así redimensionar las sensaciones que provoca la comida en el comensal. Un entorno que hace que las creaciones comestibles del chef madrileño adquieran luz, movimiento y sonido, además de su color, aroma, textura y sabores intrínsecos.

 

Cambios inesperados; momentos para el humor, el placer, la reflexión y la nostalgia; sonidos que se mueven entre los ritmos vibrantes de AC/DC y los 4’33” de silencio de John Cage o  escenarios que trasportan al público desde el Nueva York en blanco y negro de los años 50 hasta el Moulin Rouge de Tolouse Lautrec, pasando por un relajado día de primavera en la hierba, una sobremesa bajo una sombrilla con las olas acariciando tus pies o, incluso, trasladándonos hasta nuestra propia infancia. Todo ello sucede durante dos horas en torno a Hisia, una “mesa inteligente” de unos seis metros de largo y capacidad para ocho comensales, y con una sucesión de platos nacidos en el propio taller como hilo conductor.